A raíz de una situación familiar, me relacioné con personas ingresadas en una unidad psiquiátrica.
Adorables renglones torcidos de Dios que sufren su teatro cruel y protagonizan síntomas.
Despojados de la sociedad y de ellos mismos viven en el encierro mezquino y devastador de su 'yo'.
Se asfixian en dolores invisibles; se recluyen donde las almas se jubilan y se amarran a la pérdida.
Dibujan al mundo con las fronteras de sus ruinas; y con el alma llena de grillos, murmuran: 'que alguien nos ampare de nosotros mismos'.